“Dedico este premio a mis compatriotas, un pueblo que respeta todas las culturas y civilizaciones, más allá de las hostilidades y resentimientos”.
Con estas palabras recibe el director iraní, Asghar Farhadi, el premio Oscar por la mejor película extranjera 2012, UNA SEPARACIÓN, haciendo hincapié en lo que significa su cultura y buscando superar odios forjados por la política de Irán en sus relaciones con el mundo. Este merecido galardón, a los que se le suman otros como los Osos de Oro y de Plata en el Festival de Berlín, es todo un reconocimiento al cine de este lugar geográfico que lleva muchos años tratando de mostrar su realidad de manera cautelosa y metafórica. Ahora lo hace sin temores, dando énfasis a las contradicciones entre religión y ética, y entre tradición y modernidad; al tiempo que muestra fuertes conflictos a nivel familiar y social, en los que la mujer -en muchos casos- es excluida. Toda una historia dramática que expresa cómo asumen los conflictos los personajes iraníes de distintas clases sociales, cómo toman las decisiones y cómo evalúan su comportamiento, dando espacio al espectador para que también pueda ser parte de este juicio.
Simin (Leila Hatami) quiere divorciarse de Nader (Peyman Moadi) pues éste se niega a acompañarla en un viaje lejos de su país, con el ánimo de encontrar un futuro mejor para ellos y su hija Termeh (Sarina Farhadi) de 11 años. Su esposo es incapaz de dejar sus raíces y sobre todo de abandonar a su anciano padre que padece Alzheimer y debe estar bajo su cuidado. Por esos motivos, Nader -que queda con su hija- se ve en la obligación de contratar a una mujer que atienda a su padre mientras él va al trabajo. No es fácil conseguirla rápido y logra encontrar a Razieh, una joven que acude con su niña, situación que no es de su gusto. Tampoco es fácil aceptar que ella está embarazada, que supuestamente se ha robado un dinero y que ha descuidado a su padre quien aparece casi moribundo atado a una cama. Muchos incidentes se presentan entre ellos y surgen muchas dificultades para llevar a cabo la labor de cuidadora que termina en un caos donde la religión ejerce una gran influencia y la justicia muestra sus limitaciones.
Temas de diversa índole trae esta película: la verdad y la mentira, la responsabilidad con el anciano, el desempleo, la educación, el papel de la mujer, y el moralismo en una sociedad donde cada uno tiene una verdad a medias. Todo ello enmarcado por la religión que da una diferente interpretación a cada vivencia según la clase social de sus habitantes. Así encontramos a Simin que no quiere vivir en esta cultura y trata de acercarse al mundo globalizado que le proporcione cambios más parecidos a sus valores progresistas. En contraste, vemos a Razieh y a su familia encerrados en su conservadurismo religioso, sin educación y con miedo al castigo de Dios. Al mismo tiempo, hace su aparición Termeh, la hija inocente de los protagonistas que todo lo observa, expresando su deseo de mantener la unión familiar a pesar de las contradicciones de su medio. Esta es una película que pretende “explorar los códigos sociales y religiosos de la sociedad iraní contemporánea”, sin la intención de diferenciar lo bueno de lo malo, pero sí acentuando la diferencia de clases y los variados prejuicios existentes en esta misma cultura. Y Farhadi se atreve a hacerlo en una ciudad muy parecida a las occidentales, estrecha y agitada, cargada de contaminación, de diálogos y de conflictos. Son 123 minutos de gran intensidad.