Un thriller argentino del 2010 dirigido por el bonaerense Pablo Trapero, ganador del premio Condor de Plata y nominado al Oscar como mejor película extranjera. Difícil entender la clasificación de este film como una de las mejores películas, ya que solo respira violencia y fatalidad, y sus personajes están invadidos por la angustia, el decaimiento y la confusión. Sin embargo entendemos que su éxito radica en la forma de plantear el tema, tratándolo de manera directa y expresando desde la cotidianidad la corrupción en el mundo moderno, específicamente en Argentina. Allí es marcada la accidentalidad en el tránsito, con un promedio de 22 muertos y 120 heridos por día, lo que produce un amplio mercado en las aseguradoras a las que acuden las víctimas y los familiares ante la necesidad de atender a los requerimientos médicos y legales. Por ello, la película expone, en medio del ruido que causa un profundo estrés, diversos contenidos como la corrupción hospitalaria, el abuso en los horarios y el desgaste psicológico del personal que atiende en los centros médicos, los falsos accidentes de tránsito, los cobros de abogados en los casos fortuitos y el papel de las aseguradoras. En otras palabras, se plantea el tema de todo lo que sucede detrás de los accidentes de tránsito. Un tema que parece no verse en el día, pero que en las noches expresa toda su carga física y emocional hasta el punto de ser sólo corrupción. Es la fragilidad de la vida que se plantea sin forma y sin dirección hasta encontrar su respuesta en la fragilidad de ley. Y en medio de todo, una historia de amor.
Carancho significa ave de rapiña carroñera y este papel está representado por Sosa (Ricardo Darín), un abogado que ha perdido su licencia y se alimenta de las víctimas y familiares de los accidentes de tránsito. Luján (Martina Gusmán) es una médica joven que presta sus servicios sin descanso en el hospital de San Justo y se encuentra, en repetidas ocasiones con Darín, atendiendo casos de urgencia. Sosa acude rápidamente a cada situación de infortunio para ofrecer a sus clientes los servicios “legales” ante las aseguradoras, proponiéndoles una buena indemnización y dando comisión a personal paramédico, a policías y a su “fundación” ilícita. Siempre muestra heridas y graves contusiones en su rostro de las que se cura fácilmente, pero son heridas que no pueden negar el ambiente en que se mueve. Así, Luján conoce a Sosa y tras repetidos encuentros se aferra a él como la única salida de ese mundo difícil que debe enfrentar sin descanso. Un mundo que la ha hecho adicta a la morfina y a la soledad y que ahora se atreve a desafiar con la ilusión del amor. Desconoce los peligros que le asechan al lado de Sosa hasta que termina desafiándolos con él, lo sigue y juntos encuentran la única y definitiva salida. Todo un drama sobre la corrupción, una clara muestra del cine negro. “Una mafia que no se quiere ver y que lleva a un genocidio silencioso” según lo expresó el mismo Trapero.