“Deseo la luz más que
nada en el mundo”.
“Dios mío, te pido
otra oportunidad para comenzar una nueva vida”.
Una
reflexión sobre la insatisfacción del ser humano y una reivindicación sobre la
capacidad de asombro son los temas centrales de esta película. Nos plantea cómo
es de difícil encontrar la felicidad sin la ayuda de ese mundo interior que nos
da la luz y permite que reflejemos nuestra verdadera identidad. No es fácil
para una persona ciega llegar al mundo de los videntes sin una preparación
previa, sin un acompañamiento psicológico que dé las armas para enfrentar la
realidad y adaptarse a esa nueva vida.
Esto sucede en Yusef (Parviz Parastui), un profesor universitario de 46
años que desde los 8 años carece de la visión y después de unos exámenes
médicos y una cirugía exitosa, recupera la vista. De inmediato empieza a
apreciar cada detalle, cada rostro, cada movimiento, olvidándose de su entorno
y de las personas que siempre ha tenido cerca como su esposa e hija, y su madre. Entra en
un mundo de confusiones y empieza a alejarse de lo que antes tenía valor para
él, desconociendo la importancia de su familia, su trabajo y sus libros. No logra adaptarse a esta nueva
vida y al parecer, no se acepta, ni se reconoce, sintiendo lástima de sí mismo.
Pierde su verdadera imagen al querer romper con su pasado e intentar recobrar
el tiempo perdido pues considera que es merecedor de un verdadero cambio, lejos de ese sentimiento de compasión del que era víctima. Abre los ojos a la ilusión y desconoce que la realidad está dentro de
sí, olvidándose de apreciar lo que tiene y de ver lo que lo rodea desde su
mundo interior.
Otro enfoque de la ceguera que
nos impide apreciar la riqueza de ese mundo sensible que no vemos con los ojos,
pero sí podríamos llegar a él a través del alma. En una actuación espectacular,
Yusef saborea texturas, sombras, luces y detalles de la realidad.
Aprende a leer con otros signos y a percibir cada elemento de la naturaleza con
verdadera devoción evitando diálogos y parlamentos que lo aíslen de sus
sollozos y de sus quejidos. Todo un viaje al interior del ser humano, semejante
a estar en el útero materno y desde allí, enviar mensajes que den valor a esa
espiritualidad que no logró apreciar plenamente nuestro protagonista. Mucho
simbolismo hay en esta película de 96 minutos del director iraní Majid Majidi
(Teherán, 1959), muy valiosa por sus aportes artísticos, música y fotografía.