“La belleza de los cerezos en flor es cosa de un día,
pero el recuerdo de haber amado dura toda la eternidad”.
“Nos tenemos el uno al otro. Esa es la verdadera felicidad”. Dice Rudi quien padece una enfermedad terminal que ignora y se deja llevar por su esposa Trudi a un paseo, para vivir sus últimos días según las instrucciones médicas: haciendo juntos lo que más desean. Parten de su pueblo ubicado en la montaña para iniciar la visita a dos de sus hijos en Berlín, Karolin y Klaus -casado y con familia-, donde descubren que su presencia es inoportuna pues sus ocupaciones les impide compartir con ellos. Siguen entonces hacia el Báltico donde pueden asistir al teatro y observar la danza Butoh, pero inesperadamente Trudi muere. Esta situación no la acepta su enfermo esposo quien desesperado vuelve a su hogar para reencontrarse con ella en sus recuerdos y descubrir el mundo que ella hubiera querido disfrutar. Se va entonces a buscar los lugares y los momentos que para Trudi hubieran sido de plenitud y que no disfrutó por estar a su lado. Viaja a Japón donde reside su otro hijo y se encierra en una ciudad caótica que ofrece de todo, pero no encuentra libertad para hallar la magia de su esposa. Finalmente acude al festival de Los Cerezos en Flor, un lugar de encanto donde a través de Yu, una bailarina japonesa, y su arte logra lo soñado: “estar en su esposa y dejarse llevar por la fascinación con la danza Butoh”. Rudi desarrolla su máxima plenitud y encuentra en la danza frente al monte Fuji el contacto con su amada a la que se une, llegando a una forma de acercamiento definitivo.
Esta película franco alemana, elaborada por la cineasta Doris Dörrie y rodada en escenarios alemanes y japoneses, ha sido ganadora de varios premios europeos, entre ellos el Baviera a mejor actor, mejor actriz y mejor producción, y nominada a muchos otros como el Oso de Oro de Berlín. Muestra la gran sensibilidad japonesa y su belleza poética en temas como la vida, la muerte, el amor, la vejez y los sueños. Es un canto a la vida, a pesar de que muestra el drama de la pérdida de un ser querido, porque lleva a enfrentar el futuro de una vida en soledad y a buscar la compañía de ese ser que aunque aparentemente lejano puede estar cerca. Es un gran elogio al amor y a la comunión conyugal, a esas personas con las que compartimos a diario nuestras vidas y que, a veces, no disfrutamos de su presencia ni les permitimos realizar sus propios sueños. En contraste con la vida de los hijos quienes a medida que se alejan del seno paterno, generalmente se hacen más distantes y desconocidos. Se verifica entonces cómo el mundo laboral absorbe a la gente y el trabajo se convierte en una adicción, en una amenaza para las buenas relaciones familiares. Se percibe también una gran simbología con la mosca que aparece constantemente en la película. Ella significa lo efímero que es la vida, el instante que vivimos, salvo el universo donde ella vuela, que sí permanece.
¡Alto, detente!,
¿qué quieres hacer?,
¡¿matarla?!
Una mosca sólo vive un día,
un día de dolor,
un día para sufrir,
un día para enmendar.
Déjala volar,
el cielo es para siempre.
¿qué quieres hacer?,
¡¿matarla?!
Una mosca sólo vive un día,
un día de dolor,
un día para sufrir,
un día para enmendar.
Déjala volar,
el cielo es para siempre.
Tan fugaz es la vida como los cerezos en flor, pero tan intensa como esos momentos que nos regala la naturaleza. Por ello la importancia de “no postergar nada”, para no decir después y tardíamente “si hubiéramos tenido tiempo, yo hubiera sido más amable”. Por último, vale la pena mencionar la importancia del Butoh, o baile de las sombras, una danza japonesa que expresa un estado del alma, que es el símbolo del nacer y morir, esa huella que dejamos todos en la vida después de muertos. Una danza muy valiosa para Trudi puesto que logró acercarla a su esposo, así haya sido para su encuentro definitivo con él. Todo un poema para celebrar el sentido de la vida con una música y una fotografía excelentes.