Una comedia sencilla que muestra la
cotidianidad, esa forma de vivir basada en el afecto y en el amor a los otros,
sin dinero y sin mayores exigencias. Todo un paralelo entre la cultura francesa y la
española, entre la frialdad que propicia poca integración y la manera de ser
abierta que lleva a romper estos paradigmas. Un grupo de mujeres de los años
60, procedentes de la España austera y reprimida de la época de Franco
manifiesta una alta dosis de complicidad en su diario vivir en un país como
Francia. Allí se desenvuelven libremente, son solidarias, alegres,
“guapachosas”, unidas y valientes; son “la sal de la vida”. Comparten sus
costumbres como las canciones, el baile, los dichos, la comida y la asistencia
a actos religiosos, y luchan por alcanzar sus derechos como un colectivo que es
víctima del maltrato con alto índice de violencia doméstica. En otras palabras,
se plantea el tema de la servidumbre y del machismo del que la mujer ha sido
víctima apoyada por la iglesia que
siempre ha promovido su papel de sumisa y servidora. Un papel que desconoce el
valor de la mujer como transmisora de la cultura y propagadora de los valores.

Phillipe Le Guay es el director de esta
película francesa realizada en el 2011 y ganadora de los Premios Cesar por
mejor actriz secundaria (Carmen Maura) y tres nominaciones en el Festival de
Berlín. Valiosa por el contexto histórico en que se desenvuelve, por la
ambientación y la música. Un buen regalo de este director que supo combinar de
la mejor manera el amor y el humor, la crítica social y la ironía. Un estilo sencillo para manifestar la bondad y la felicidad y para promover la solidaridad entre variadas culturas.
“Todo empezó a partir
de un recuerdo de infancia.
Resulta que mis padres emplearon a una criada
española llamada Lourdes, y pasé los primeros años de mi vida con ella. Terminé
pasando más tiempo con ella que con mi propia madre, hasta el punto de que al
empezara a hablar mezclaba el francés y el español”. Phillipe Le Guay