“La
mujer es un pájaro
que
anuncia el amanecer.
Es
la energía
que
hace avanzar el tiempo”.
“Muchas hormigas baten a un león”.
“A nosotras las mujeres la paz no nos
da miedo”.
“¿Por qué hemos de tener menos voz y voto que
los hombres sobre nuestro futuro? No debemos temer”.
Una protesta a los abusos cometidos
contra la mujer árabe es la esencia de esta película. Nos representa la lucha
de las mujeres de todas las edades en la cultura musulmana por lograr una igualdad
de género, con argumentos firmes y actitud rebelde, hasta implantar una revolución
sin armas. Así, encontramos cómo de manera pacífica, con humor y poesía, llegan
a cambiar su realidad en un ambiente marcado por el aislamiento propio de
países del tercer mundo; y por una interpretación de la ley islámica, acomodada
a la conveniencia del más fuerte. Esto sucede en una remota aldea del norte de
África, donde se carece de transporte y de contacto con el exterior, sin agua,
ni electricidad, ni atención del estado. Allí, los hombres son tratados con
benevolencia, y las mujeres son las encargadas de traer el agua desde una
lejana montaña y buscar toda forma de manutención de la familia. Son esclavas
de un trabajo que diezma sus vidas, pues muchas han muerto en los largos
recorridos que deben hacer a diario para alcanzar la supervivencia de la
población. En medio de esta situación, aparece una mujer joven llamada Leila (Leila
Bekhi) que procede de una aldea diferente, que sí sabe leer y escribir, y no
logra entender la actitud de sumisión de sus congéneres. Con la complicidad y
la ayuda de la persona que ama, Sami, se empeña en cambiar las costumbres de
este mundo rural, dando peso al trabajo del hombre y buscando dignificar la
esencia femenina. Muchas dificultades debe vivir para lograr ese cambio y
muchos rechazos encuentra entre sus habitantes por ser ella la que lo impulsa.
Su propósito inicial es negarse a satisfacer los deseos sexuales de sus maridos
hasta que ellos no lleven el agua al poblado.
A pesar del tema planteado, se vive
en esta película una fiesta de principio a fin. Una celebración de la
diversidad en el amor para evitar la violencia y hacer con ello un homenaje al
cuerpo que se decide a decir NO. No al maltrato femenino, no al dominio del
hombre, no al sometimiento de la mujer a los cánones de ellos y para ellos. SÍ,
en cambio, al amor por la vida, a la búsqueda de esa fuente que inunda el alma de paz. Se asume el cuerpo como un botín de guerra,
como un territorio marcado por la violencia, que logra alcanzar niveles de
igualdad hasta lograr ese andar paralelo de hombres y mujeres. Se destaca
también la presencia de la televisión mejicana cuando las mujeres entran en contacto
con la civilización, una manera de hacer un paralelo con esta cultura
caracterizada por el machismo tan presente en sus telenovelas. A esto se le
añade la incursión del celular, como una sorpresa para el espectador que entiende
esta transición de lo rural a lo urbano, y que es, a la vez, una invasión desmedida de la tecnología en el mundo moderno.
Con humor picante y con la presencia
de la música árabe que inunda las trovas y la lírica de los juglares se hace toda
una exhibición de la expresión folclórica en esta cultura que emplea
el canto como protesta. El franco-rumano Rau Mihaileanu es el director de esta
película del 2011, que fue nominada a los premios Cesar por mejor actriz y
mejor vestuario.
"Nunca hay que darse por vencido. La infinita pequeñez puede resultar más majestuosa que lo que parece más grande".
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