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miércoles, 28 de agosto de 2019

DOLOR Y GLORIA



“Las noches en que coinciden varios dolores, esas noches creo en Dios, y le rezo. Los días en que padezco solo un tipo de dolor, soy ateo”. 

“…escribir es como dibujar pero con letras”.

“El amor no basta para salvar a la persona que amas”

Una reconciliación con el pasado es la película de Pedro Almodóvar de este año, en la que parece plasmar muchos aspectos de su propia vida y reencontrarse con personajes, lugares y escenas que han sido parte importante de sus recuerdos. Y qué mejor manera de iniciarla, partiendo de las memorias infantiles de su protagonista, Salvador Mallo (Antonio Banderas), en un río al lado de su madre, oyéndola cantar con sus amigas mientras ellas lavan la ropa. Al mismo tiempo, añade escenas tan vitales como el traslado de su vivienda a una cueva -en un pueblo rural de Valencia- que sus padres y él fueron llenándola de color y de amor hasta convertirla en uno de los mejores recuerdos de su infancia. Allí fue feliz porque tuvo la vista del cielo que llegaba a su hogar tras un enrejado en un patio trasero. Allí degustó la lectura y dio clases de lectoescritura a un joven adolescente que marcó su homosexualidad. Allí también fijó su mente en un cuadro que hizo este mismo joven aficionado a la pintura y fue capaz de soportar el deseo de su madre de llevarlo a un seminario para que pudiera estudiar y salvarlo de su extrema pobreza. Cuando el personaje mencionado va a la realidad –en un ir y venir de imágenes-, ya es un hombre de 60 años, enfermo, que no come ni duerme, hastiado de su profesión como productor de cine, y dedicado a la soledad y a la droga. Es la heroína, la que nos lleva a conocer su pasado, junto con “Adicción”, el libro que él escribió y que ahora un actor (Asier Etxeandia,) comparte con el público, a través de un monólogo.

Una historia bien llevada de 108 minutos, en la que combina el presente y el pasado de su protagonista con situaciones emocionales, que afectan el trascurrir de su existencia hasta agotar su creatividad y sumirlo en una profunda depresión. Urge hacer un alto en el camino, replantearse su vida -juzgando lo positivo y lo negativo de su situación física y psicológica-, para tomar una decisión sobre su futuro. Un personaje pacífico y sereno, a pesar de sus vivencias, es el representado por Antonio Banderas que lo lleva a ser postulado para el Oscar 2020 como mejor actor (premio ya ganado en el reciente Festival de Cannes), junto con Almodóvar como mejor director, después de una larga carrera de más de cuarenta años. Un estreno que cuenta también con la presencia de Penélope Cruz, la madre del Salvador, y de Leonardo Sbaraglia, su gran amor. Esta historia fuerte y emotiva, con un tono íntimo y cargado de sabiduría, penetra en temas como la infancia y la vejez, la figura de la madre en la adolescencia y en la madurez, la presencia de las enfermedades en la edad adulta y cercana a la muerte, el erotismo de la juventud y el amor frustrado de los años mayores, y el valor de la literatura y del cine como medios precisos para abrir las puertas de la intimidad. Será la recuperación de su pasado el mejor medio para liberarse, perdonarse y reconciliarse consigo mismo y con el mundo. ¿Le sucede lo mismo a Almódovar? Es la pregunta que los críticos y espectadores nos hacemos ahora.

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