“El tiempo presente y el tiempo pasado están quizá presentes en
el tiempo futuro. Y el tiempo futuro está contenido en el tiempo pasado. Si
todo el tiempo está eternamente presente, todo el tiempo es irredimible. O
decir que el fin antecede al principio. Y el final y el principio siempre
estuvieron ahí. Antes del principio y después del fin, y todo es siempre
ahora”.
T.S.
Eliot, sobre los últimos cuartetos de Beethoven.
El ritmo de la
música, que es el mismo de los sentimientos y de las pasiones, marcha al ritmo
de la vida. Así en este musical israelí-americano del 2012, dirigido por Yaron
Zilberman, vivimos esta combinación de elementos marcada por fuertes tensiones: entre
los amigos, entre la madre y la hija, entre dos compañeros, entre los esposos y
entre los amantes. Una mezcla fuerte de vivencias de los integrantes de un
cuarteto musical que exige un cambio urgente de comportamiento para encontrar
la catarsis que alivie los dolores y angustias de cada uno de ellos.
Finalmente a través del diálogo descubren ese movimiento diferente que ayudará a
liberar sus pasiones y a encauzar esa disciplina, rigor y exigencia musicales dentro
de otros parámetros. Un drama humano en el que la música se impone a todos los
sentimientos y logra el milagro de afinar las tensiones. Los cuatro integrantes
tienen que doblegarse y dar de sí lo mejor hasta llegar al manejo libre de la
partitura que permita controlar sus sentimientos y encontrar así la verdadera unión.
Sin mayores conocimientos musicales, pero sí un gran amor y admiración por la música clásica nos atrevemos a hacer los mejores comentarios sobre esta producción. Sus actores Christopher Walken (Peter), Seymour Hoffman (Robert), Catherine Keener (Juliette) y Mark Ivanir (Daniel) se acompañan de una bellísima banda sonora para formar el cuarteto de cuerda “La Fuga”. Estos músicos que ya han estado juntos en 3000 conciertos, preparan la celebración de sus 25 años con la obra Cuarteto de cuerda No 14 opus 131 de Beethoven de la manera más creíble e impresionante. De pronto aparecen las dificultades personales que provocan la destrucción del grupo y ponen a prueba la amistad de tantos años. Primero es Peter, el gran maestro y mentor musical, quien recibe el diagnóstico de la enfermedad de Parkinson y de inmediato quiere renunciar. Luego, los ánimos se tensan con la separación de la pareja conformada por Juliette y Robert y padres de Alexandra. Posteriormente es ella quien se enamora de Daniel, que podía ser su padre, y pone en peligro mayor la fuerza del grupo por la reacción violenta de todos al conocer esta relación, especialmente la reacción de Alexandra hacia su madre. Y por último, se tensa más la situación con la petición de Robert de compartir con Daniel la posición de primer violín pues siempre ha considerado que su labor en el segundo violín no es la adecuada para sus capacidades. Toda una metáfora sobre los variados caminos que nos ofrece la vida para poder lograr el verdadero contacto con el mundo.
Difícil quedarse indiferente ante las tensiones que aquí se tejen y más
difícil aún ser ajeno a la magia de la música de cámara que los actores parecen
interpretar y sentir. Guión, actores y música están acompañados de la mejor
fotografía y de escenarios naturales de gran belleza.
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